martes, 9 de marzo de 2010

ASESINATO EN MITRE SQUARE



Como un cerdo en el mercado


El 30 de septiembre, alrededor de la 1,30, Joseph Lawende salió del Club Imperial de la calle Duke, acompañado de un par de amigos. De los tres, él era el que iba menos bebido, por lo que se enteró al menos de que pasaron junto a un pareja, que se hacían arrumacos.

A escasos metros, y a la misma hora, el agente P.C.Watkin recorría la plaza Mitre. Aquella plaza era particularmente oscura puesto que, al igual que ocurriera con Buck`s Row, donde apareciera hacia justo un mes la primera víctima del Destripador, tenía un gran almacén que ocupaba una de sus aceras, además buena parte de las viviendas que en ella había estaban en aquel momento desocupadas, por lo que apenas contaba el agente con más luz que la de su linterna. Watkin se pasaba toda la noche haciendo una y otra vez el mismo recorrido, que le llevaba 15 minutos, con tal de que nada ni nadie le molestase, y aquello no era el conflictivo Whitechapel, ambos barrios estaban cerca, pero él tenía la suerte de pertenecer al cuerpo policial de la City, y allí no había tanta delincuencia, tanta taberna, tanta prostituta, ni tanto asesino suelto. La noche, como casi siempre, estaba resultando tranquila, no así en el cercano Whitechapel, que acababan de descubrir otra prostituta asesinada, sin duda que obra del miserable Jack.

Hacia la 1,45 su rutinario trabajo le llevó de nuevo a la plaza Mitre, pero esta vez todo fue distinto. Él no había visto ni oído nada especial, sin embargo, ante sus ojos apareció otro de los espectáculos dantescos de los que sus compañeros hablaban últimamente con demasiada frecuencia, pero que él, trabajando en la City, nunca creyó que le tocaría sufrir.

Notó algo extraño, dirigió hacia allí la luz de su linterna y se encontró una mujer, a la que él propio Watkin más adelante describió: "como un cerdo en el mercado, despanzurrado, con las entrañas echadas en un monton por encima del cuello".

En escasos 15 minutos, aquel cariñoso caballero que Lawende había visto acaramelado con una señora, la había estrangulado, degollado, rasgado el rostro por múltiples sitios, labios, ojos, mejillas, nariz.  Otro tanto hizo con el abdomen de su víctima, al que le propinó un profundo tajo, desde el pubis hasta el esternón, completando su brutal hazaña con varios cortes transversales. Le había apuñalado el hígado, y arrancado tanto el útero como el riñón, órganos que tuvo el mal gusto de llevarse.

En tan breve espacio de tiempo, y casi a oscuras,  pudo hacer todos estos cortes con limpieza de cirujano que actúa con toda comodidad en un bien equipado y alumbrado quirófano. Debió de necesitar su pañuelo para poder envolver en él el útero y riñón que se llevaba, por lo que se entretuvo en rasgar un trozo del delantal de Catherine, con el que limpiar el instrumental usado, y abandonó el lugar sin ser visto por nadie y sin dejar el menor rastro, ni siquiera una pisada ensangrentada.



¿Pudo un hombre solo hacer semejante carnicería, a oscuras, en tan breve periodo de tiempo? Materialmente imposible.

¿Era la amorosa pareja que vio Joseph Lawende el asesino y su víctima? ¿No serían más bien dos miembros de un equipo, a los que correspondía hacer labores de vigilancia, mientras otros cómplices se preparaban para deshacerse del cuerpo de Cathetine Eddowes?

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